Qué experiencia inigualable, cuántas emociones asociadas al amor, a vivirla y pasarla bien, a buenos recuerdos que guardo de esta ciudad, de la cual entendí que todo el mundo estaba resumido allí en términos de diversidad, multidimensional.
Y, por otro lado, que podía ser neoyorquino aquél que lo quisiera. Y yo elegí serlo mientras viví allí. Me visitaron mis padres, y varias familias de amigos de toda la vida, y cada vez que paseaba con ellos por la ciudad, o los llevaba de visita a la sede de Naciones Unidas, me llenaba de felicidad como la primera vez.
Me recontra caminé días y días enteros la ciudad, he explorado y mirado apasionadamente todo lo que he podido. Aparte salimos cuatro veces de viaje por la hermosa y extensa isla de Long Island, fuimos a Nueva Orleans, también a Disney y Miami, Boston, Washington, más innumerables escapadas.
Fuimos varias veces a esquiar, y muchas otras a pasear la pintoresca Coney Island y sus playas, o a las playas de Rockaway, porque NYC tiene también playa dentro mismo de la ciudad: muchas playas. Pero algo también grandioso fue que durante los dos años que permanecimos allí, vivimos en el hermoso y modero barrio de Long Island City, mirando, río de por medio, a la esplendidez de Manhattan desde nuestro balcón.
Como se dice en Long Island City, “mejor que vivir en Manhattan, es mirar a Manhattan”, y así lo hicimos esos años.
Quien sintió la adrenalina y el cosquilleo antes de hacer un viaje, y luego lo disfrutó, siempre querrá volver a irse de viaje.